Blog Fueclaya

Hombres y mujeres de nuestro barrio

Antonio García - Ex Guardia Urbano
"Yo soy como el ungüento amarillo"

El deporte, la guerra y los trabajos más dispares han marcado la vida de Antonio García, de 84 años.
«Yo soy como el ungüento amarillo, que sirve para todo y no vale para nada», dice Antonio García de sí mismo cuando se refiere a la cantidad de palos que ha tocado en esta vida, todos ellos -a su modo de ver- con poca trascendencia.

E.E./LOGROÑO

Vivió la Guerra civil en el frente; su afición al boxeo, desde el propio ring y como juez; su pasión por el deporte, entrenando a un equipo de fútbol y otro de balonmano en Yagüe; para comer fue vendedor, repartidor de bebidas, cargó y descargó todo tipo materiales y, por último, se hizo guardia urbano, ya con 45 años. «Así que el día que me jubilé cogí una depresión No era yo. ¿Dónde voy? ¿Qué hago ahora?, me preguntaba. No hacía más que andar. Luego he tenido válvulas de escape, he sido secretario del Club de la Tercera Edad de Yagüe durante más de doce años», labor que luego pasó a realizar en la Once y de la que está dejando los bártulos.

En agosto próximo, Antonio García cumplirá 85 años y, a pesar de su lucidez mental, lamenta que el cuerpo no le responda como quisiera, «con lo deportista que he sido», dice.

Tras estudiar en los Escolapios, donde -dice- «no sale ninguno torpe», empezó a trabajar en el bazar Amalric con catorce años. «Hasta que me llamaron a la guerra en el año 38, porque soy de la quinta del biberón, y me licencié en el 45».

A su regreso a Logroño, acudía a la Estación para descargar vagones de carbón, tabaco, sosa, remolacha, de lo que se terciara, porque había que comer. Paso luego por la trapería de un cuñado; por las gaseosas Fontecha y por La Alemana, donde vendía hielo, cervezas, gaseosas, sifones, con un carro tirado por un burro. Al igual que en Fontecha, aquí también le negaron un aumento de sueldo y se hizo guardia urbano.

La regulación del tráfico fue su principal destino, aunque también estuvo de salvamento en la playa del Ebro y como monitor en el Parque Infantil de Tráfico. «A las nueve de la mañana nos poníamos a regular el tráfico, y era más difícil que ahora, que vienen todos los coches seguidos y les mandas parar a la vez. Pero antes venía uno, al poco otro por otra calle, Tras seis horas como un palo tieso, empezabas a andar y no sabías. Multas ponía pocas, pero el que se ponía flamenco, ése había caído. Además, antes, si había un coche mal puesto, avisábamos de que lo quitaran para no denunciarles. Éramos amigos de la gente».

Voceador y juez de boxeo


En el boxeo, su gran afición, se introdujo de adolescente. «Bajaba al Prado a entrenarme con un equipo que se llamaba El Victoria, donde también iban los boxeadores, y yo me iba con ellos». Acabó entrenando con ellos, aunque no llegó a combatir porque, a su regreso de la mili, era demasiado mayor como para calzarse los guantes. Sin embargo, fue voceador (anunciaba sobre el ring a los contrincantes y su peso) y luego, juez. De esta última etapa recuerda combates memorables como el que enfrentó a Fajarnés y Gregorio Rodríguez 'el torito riojano', y a figuras como Legrá y Brochi.

En su barrio, Yagüe, también ha hecho labores deportivas poco reconocidas. «Fui entrenador del primer equipo de fútbol y fundé un equipo de balonmano, con el que estuvimos siete temporadas».

© Diario La Rioja. Domingo, 10 de abril de 2005


 
EN LA GUERRA
Recuerda cómo avanzaban de Somosierra a Miraflores. «Por la noche hacíamos de avanzadilla, hablábamos con el enemigo (los rojos) y nos cambiábamos tabaco por papel de fumar. No tuvimos que disparar porque, por donde avanzábamos, se entregaban solos. Estábamos en una chabola donde las ratas nos pasaban sobre las cabezas. No te dejaban desnudarte; las cartucheras, para almohada. Cuando te mudabas, quitabas el hielo y te lavabas con la nieve. Y las costuras de las camisetas tenías que pasarlas por el tubo de la chimenea para quitar las liendres. Hacíamos peleas con los piojos. Eso sí, comíamos bien».

 

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